INDECISIÓN FATAL
- Rubiano Saschoque Humberto, ¡pase al frente!
– Tronó la voz del General de Brigada.
Rubiano
era un muchacho de unos diecisiete años, de una contextura muscular envidiable
por cualquier físico culturista; lograda a peso de hacha y machete, los
preciados regalos que recibió de su padre el 13 de septiembre de 1.993, cuando
cumplió ocho años y los que fueron sus fieles compañeros durante muchos años.
Hacían
diez meses había sido reclutado, en uno de esos tantos domingos que salió de la parcela de su padre a comprar la
provisión de la semana en la tienda de Don Elí.
- ¡Vas
a cumplir con el glorioso deber de
defender a tu patria! - Le dijo su padre el día que se enlistó.-
Hoy
era un valeroso soldado de su país. Con
temor interior, pero con serenidad externa dio el paso al frente.
-
¡Soldados! – Prosiguió el General, señalando con el índice derecho a Rubiano. –
Tienen ante ustedes a un cobarde, un enemigo de la patria, un ser despreciable
que no merece el honor de llamarlo soldado; un infeliz, que con su cobardía
causó la muerte a diez de nuestros mejores hombres y el robo de numerosas armas
y municiones.
Rubiano,
escuchaba aquella voz como procedente de muy lejos, como salidas de un profundo
abismo. Del grupo de soldados que tenía
al frente, sólo veía una gran nube verde, con figuras negras y marrones, de
formas grotescas que amenazaban con devorarlo.
Gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas, al recordar aquella tarde
infernal.
En
su mente; cual cinta cinematográfica, veía claramente como un hombre armado
hasta los dientes, eliminaba sin piedad de a uno por uno, a sus compañeros y él,
alelado o atemorizado por la impresionante rapidez con que aquel bárbaro
actuaba; sólo pudo parapetarse detrás de unos arbustos y de ahí observar como
aquel sanguinario seguía eliminando soldados.
Alzó su fusil y por la mira del mismo veía al asesino subir las armas a
un carro que acababa de llegar.
Rubiano
seguía las acciones del ladrón y asesino por la mira de su fusil.
-
¡Tengo que darle un tiro mortal! – Pensó. – ¡Si fallo me descubrirá!, y él no fallará.
Iba
a tirar del gatillo, pero algo lo detuvo; un lunar rojo en el pómulo derecho
del asesino, ese bendito lunar que lo hizo dudar. Se estremeció de temor y un sudor frío cubrió
su cuerpo por completo… ¡un lunar rojo!… ¡ese bendito lunar!…
Ahora
delante de muchas miradas, unas amenazantes y otras compasivas; se daba cuenta
del grave error que cometió al no jalar del gatillo. Intempestivamente el General se paró frente a
Rubiano y volvió a hablar.
- Gómez,
Martínez, Pérez, Ruiz, Mancera, Ríos, Quintero, Robles, Mejía, Arévalo… ¿Qué le
recuerda Rubiano? – Le preguntó.
-
¡Eran mis compañeros, señor! – Contestó Rubiano.
-
¿Por qué no los ayudó?
-
¡Sentí miedo, señor!... es de humanos sentir temor, ¿Verdad?
-
Usted le dijo a otros compañeros, que tuvo en la mira de su fusil a ese
sanguinario, ¿Por qué no disparó?
¿Por
qué no disparé? – Pensó Rubiano.-
Muchas noches de insomnio en el
calabozo lo había meditado y también había decidido, que si mil veces se
repetía la historia, mil veces no dispararía. Era conciente que cometió un grave error, pero
dentro de su ser algo le decía que había
hecho lo correcto.
-
¡Usted hubiese hecho lo mismo General! – Dijo Rubiano con serenidad.
-
¿Por qué habría yo de hacer esa torpeza? – Preguntó molesto el General.
-
¡Por el lunar rojo!... ¡Por ese bendito lunar rojo! – Respondió sonriente
Rubiano.
-
¡Un lunar Rojo!... ¿Qué tiene que ver un lunar con todo esto?
-
¡Ese lunar rojo!... ese lunar rojo en el pómulo derecho, lo tiene mi hermano
menor, ¡señor! – Afirmó y dando el frente
a los demás soldados, gritó.- ¡Soy culpable!... ¡Soy culpable!... ¡Soy
culpable!... – Y siguió gritando mientras caminaba hacia el calabozo.
FIN.
Autor: EDGAR ALFONSO PEÑALOZA ROBLES.
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