EL DUELO
Autor: Edgar Alfonso Peñaloza Robles.
Jesús se llama el hombre; pero sus
amigos lo conocen por “Chucho”. Nació en
Tamalameque; en una familia católica de las que dan bendiciones y se santiguan
antes de salir a la calle. Es el tercero
de una numerosa familia de doce hermanos.
Sus padres nunca planificaron; por la tradicional creencia ribereña de
que la mujer se vuelve fría después de la operación y por aquello de que donde
come uno; comen dos. Desde niño quiso
ser poeta, le hablaba a los pajaritos y a las flores, lo que para su recio
padre era un desatino y una afrenta al orgullo machista del hombre de río.
-
¡El verdadero hombre!...es el que sabe
canaletear y abrir bien una atarraya de doce varas. – Siempre le recordaba su
padre y fue lo que le enseñó toda la vida desde su niñez.
Su abuelo, un sexagenario anciano que
había notado en Chucho el gran y noble corazón que poseía; lo escogió entre sus
hermanos como el elegido para depositar todos los conocimientos que poseía contra
la magia negra, y que durante siglos se practica en toda su región: Le enseñó a
coger brujas, las oraciones contra el maligno, a curar toda clase de mordedura
de culebras y mucho mas. No le enseñó a
cantar, ni a improvisar décimas; pero, como las cantaba diariamente en su labor
de boga, se las aprendió hasta el punto de convertirse en el mejor decimero de
la región, lo que demostraba en cada una de las parrandas donde llegara.
Chucho dejó de ser un niño y ya
convertido en un joven pescador y machetero de profesión, ahora trabaja en su
tierrita cortando gramalote, zarzas y toda clase de malezas con su afilado
machete; el que tenía afilado por ambos lados, para cortar de regreso sin tener
que girar la mano. Es la mañana de un
viernes Santo, y él aprovecha para adelantar el trabajo con el firme propósito
de salir el sábado al pueblo con María. Canta
alegremente sus acostumbradas décimas:
- Les
voy a pedir permiso,
Pa’ cantar este
detalle,
Pues;
todos los animales,
Cada
uno tiene su oficiooooo.
I
Sigo
mi composición
Sin política verda’
Yo vi una babilla
para’
En el borde de un
pilón,
A la vez yo vi un
ratón,
Con un machete en la
mano
Y un armadillo
accionando
En una excelente
silla
Y esto causa
maravilla
Vi un morrocoy
carreteandoooo.
- ¡Hola amigo!... - Se escuchó una gruesa
voz detrás de Chucho, quien instintivamente volteó a mirar observando a un extraño
hombre bastante alto, bien parecido, completamente vestido de negro; en sus
muñecas pesadas y brillantes pulseras de oro, gruesos anillos en sus dedos, y
en su cabeza un hermoso sombrero de cuero negro, con dos caballos adornando su
parte frontal. Como zapatos lucía
brillantes botas negras adornadas con sonoras espuelas. - Sabe que desde hace
rato lo estoy escuchando y de verdad que sus versos son muy bonitos, además
canta muy bien. Me permite que lo
acompañe y cantemos a dúo; pues me encanta cantar.
Emocionado por la propuesta, Chucho le
sonrió al hombre y por respuesta le cantó, continuando su trabajo con el
machete.
- ¿Con qué te pintas los labios?
-
¿Con qué te tomas el agua? – Le respondió cantando el hombre.
- ¿Con qué te peinas el pelo? –
Continuó Chucho, sorprendido de que aquel hombre se supiera una de sus décimas.
- ¿Con qué te miras la caraaaaa? –
Seguía el hombre sorprendiendo a Chucho y éste para congraciarse con el
extraño, alargó mas sus versos.
- Soy la flor de tu jardín
que no le tienes agravios,
yo con mi memoria ensayo
y me nace de quererte,
yo soy aquel coloreteeeeeeee
con que te pintas los labioooooooos.
El extraño hombre estático escuchaba a
Chucho, mientras éste avanzaba en el corte de la maleza adelantándose unos
cuantos metros y sin molestarse en mirar atrás en donde se encontraba su
compañero de canto; a quien parecía no dificultársele improvisar décimas, pues
a cada estrofa de Chucho; replicaba con mayor rapidez.
- Soy la flor de tu jardín,
soy la boca con que tu hablas,
tú el pájaro, yo la jaula,
tú la reina, yo el palacio,
yo soy aquel lindo vaaaso,
con que te tomas el aguaaaaaaaaa. – Terminó
la décima el extraño, a quien comenzaba a desfigurársele el cuerpo y el
rostro. Ahora sus ojos brillaban con
refulgente luz, su boca se enrojecía, le comenzaban a salir pequeños cachos de
su cabeza y de su cuerpo una gran cola terminada en ponzoña. Chucho, que seguía sorprendido, pero
concentrado en su trabajo le expresó.
- ¡Amigo!...de verdad que estoy
bastante sorprendido; pues, nunca había cantado con alguien que lo haga tan
bien… ¿Quién es usted? – Le preguntó.
-
¡Pues, sepa usted amigo que está cantando con el mismísimo Lucifer! –
Contestó el hombre convertido en diablo.
-
¡Con Lucifer, o sea con el diablo! – Dijo Chucho con la voz
entrecortada.
-
¡Si!, ¡Y si no me derrotas cantando, tu alma será mía por toda la
eternidad!
Fue un momento fugaz el que su mente
utilizó; pero que a Chucho le pareció eterno para rebuscar en todo su
repertorio de décimas la más apropiada para enfrentarse al demonio. Recordó a su abuelo sentado al pie de un
grueso árbol campano improvisando sin
descanso largas y hermosas décimas.
También recordó todas las ocasiones en que salió victorioso de sus
piquerías con amigos; ahora necesitaba ganarle al ángel del mal.
- ¿Qué le pasa amigo?, ¿Por qué no
canta? – La imperiosa voz del diablo lo hizo salir de sus recuerdos.
- ¡Estoy pensando en una buena décima!…
¡ahí va esta! ¡Escúchala con atención! – Animándose respondió Chucho a la vez
que sacaba de la camisa un crucifijo que su abuelo le había regalado y que se
apresuró a mostrárselo al diablo.
Al pie de esta santa cruz,
de vuelta divina estampa
gloria al padre y finitud
y por aquí tu no me cantaaaaaaa.
Muchas veces le había escuchado esta
décima a su abuelo y nunca pensó que el habría de cantarla, mucho menos en esta
condición; pero con emoción veía como el diablo airado le reclamaba por el
verso mientras zapateaba contra el suelo.
- Si te canto por el uno,
por el dos y por el tres
en el cuatro acabaré,
pues; con esta te confundo…
traigo andado todo el mundo,
corriendo mi juventud
ningún cantor como tú
me canta por este estilo
por eso es que me persigno
al pie de esta santa cruz… - Seguía
cantando Chucho.
El diablo aún mas enojado botaba fuego
por la boca y desesperadamente corría de un lugar a otro como buscando donde
esconderse. Esto alegró mucho a Chucho quien
crucifijo en alto y con mucho valor comenzó a enfrentar al diablo el que sin
compostura le huía y por instantes desaparecía.
- Si te canto por el seis,
por el siete y por el ocho
en el nueve me trasnocho
que lo contempla la ley…
yo fui vasallo de un rey,
torrentes no me quebrantan
no le tengo miedo a ley
por eso nadie me espanta,
te canto en la gloria amen,
y por aquí tú no me cantas…-
Implacable le cantaba Chucho al diablo.
De un momento a otro el diablo se
desapareció y Chucho sin dejar de cantar comenzó a recoger sus cosas con el
firme propósito de alejarse de ese lugar; pero intempestivamente se vio rodeado
de fuego y de un penetrante olor a azufre que parecía desfallecerlo. Sintió un fuerte mareo a la vez que unas
grandes y pesadas tenazas lo sujetaban de sus manos arrastrándolo a un profundo
abismo. Sin fuerzas; pero con una
creciente fe en su crucifijo y sus décimas siguió cantando.
- Yo te canto por el diez,
por el once y por el doce
y en el número catorce,
comprendo al que sabe leer…
de abreviatura pondré
puntos sin comparación,
haber si alcanzo el perdón,
de quinto dominus nom;
pues voy a saca’ una cuenta
de una gran numeración.
El fuego como llegó desapareció…Chucho
seguía sintiendo mareo; pero no las grandes tenazas. El olor a azufre se disipaba aunque en su
ropa aún impregnado estaba. Tembloroso y
sin dejar de mirar hacia donde estaba lucifer comienza a retirarse de allí
cantando con las ultimas fuerzas que le quedaban.
- Haber si alcanzo hasta el don
de ese número sesenta,
si acaso llego al noventa
ya mi vida será santa…
ya mi corazón no aguanta
tantos golpes sin defensa…- Alcanzó a
escucharle María su esposa; mientras Chucho caía desmayado en sus brazos.
FIN.
EDGAR ALFONSO PEÑALOZA ROBLES.