viernes, 23 de agosto de 2013

EL DUELO...

EL  DUELO

Autor: Edgar Alfonso Peñaloza Robles.
Jesús se llama el hombre; pero sus amigos lo conocen por “Chucho”.  Nació en Tamalameque; en una familia católica de las que dan bendiciones y se santiguan antes de salir a la calle.  Es el tercero de una numerosa familia de doce hermanos.  Sus padres nunca planificaron; por la tradicional creencia ribereña de que la mujer se vuelve fría después de la operación y por aquello de que donde come uno; comen dos.  Desde niño quiso ser poeta, le hablaba a los pajaritos y a las flores, lo que para su recio padre era un desatino y una afrenta al orgullo machista del hombre de río. 
-        ¡El verdadero hombre!...es el que sabe canaletear y abrir bien una atarraya de doce varas. – Siempre le recordaba su padre y fue lo que le enseñó toda la vida desde su niñez.

Su abuelo, un sexagenario anciano que había notado en Chucho el gran y noble corazón que poseía; lo escogió entre sus hermanos como el elegido para depositar todos los conocimientos que poseía contra la magia negra, y que durante siglos se practica en toda su región: Le enseñó a coger brujas, las oraciones contra el maligno, a curar toda clase de mordedura de culebras y mucho mas.  No le enseñó a cantar, ni a improvisar décimas; pero, como las cantaba diariamente en su labor de boga, se las aprendió hasta el punto de convertirse en el mejor decimero de la región, lo que demostraba en cada una de las parrandas donde llegara.

Chucho dejó de ser un niño y ya convertido en un joven pescador y machetero de profesión, ahora trabaja en su tierrita cortando gramalote, zarzas y toda clase de malezas con su afilado machete; el que tenía afilado por ambos lados, para cortar de regreso sin tener que girar la mano.  Es la mañana de un viernes Santo, y él aprovecha para adelantar el trabajo con el firme propósito de salir el sábado al pueblo con María.  Canta alegremente sus acostumbradas décimas:

-         Les voy a pedir permiso,
Pa’ cantar este detalle,
          Pues; todos los animales,
          Cada uno tiene su oficiooooo.
                    I
          Sigo mi composición
Sin política verda’
Yo vi una babilla para’
En el borde de un pilón,
A la vez yo vi un ratón,
Con un machete en la mano
Y un armadillo accionando
En una excelente silla
Y esto causa maravilla
Vi un morrocoy carreteandoooo.

- ¡Hola amigo!... - Se escuchó una gruesa voz detrás de Chucho, quien instintivamente volteó a mirar observando a un extraño hombre bastante alto, bien parecido, completamente vestido de negro; en sus muñecas pesadas y brillantes pulseras de oro, gruesos anillos en sus dedos, y en su cabeza un hermoso sombrero de cuero negro, con dos caballos adornando su parte frontal.  Como zapatos lucía brillantes botas negras adornadas con sonoras espuelas. - Sabe que desde hace rato lo estoy escuchando y de verdad que sus versos son muy bonitos, además canta muy bien.  Me permite que lo acompañe y cantemos a dúo; pues me encanta cantar.

Emocionado por la propuesta, Chucho le sonrió al hombre y por respuesta le cantó, continuando su trabajo con el machete.
- ¿Con qué te pintas los labios?
- ¿Con qué te tomas el agua? – Le respondió cantando el hombre.
- ¿Con qué te peinas el pelo? – Continuó Chucho, sorprendido de que aquel hombre se supiera una de sus décimas.
- ¿Con qué te miras la caraaaaa? – Seguía el hombre sorprendiendo a Chucho y éste para congraciarse con el extraño, alargó mas sus versos.
- Soy la flor de tu jardín
que no le tienes agravios,
yo con mi memoria ensayo
y me nace de quererte,
yo soy aquel coloreteeeeeeee
con que te pintas los labioooooooos.

El extraño hombre estático escuchaba a Chucho, mientras éste avanzaba en el corte de la maleza adelantándose unos cuantos metros y sin molestarse en mirar atrás en donde se encontraba su compañero de canto; a quien parecía no dificultársele improvisar décimas, pues a cada estrofa de Chucho; replicaba con mayor rapidez.
- Soy la flor de tu jardín,
soy la boca con que tu hablas,
tú el pájaro, yo la jaula,
tú la reina, yo el palacio,
yo soy aquel lindo vaaaso,
con que te tomas el aguaaaaaaaaa. – Terminó la décima el extraño, a quien comenzaba a desfigurársele el cuerpo y el rostro.  Ahora sus ojos brillaban con refulgente luz, su boca se enrojecía, le comenzaban a salir pequeños cachos de su cabeza y de su cuerpo una gran cola terminada en ponzoña.  Chucho, que seguía sorprendido, pero concentrado en su trabajo le expresó.
- ¡Amigo!...de verdad que estoy bastante sorprendido; pues, nunca había cantado con alguien que lo haga tan bien… ¿Quién es usted? – Le preguntó.
-  ¡Pues, sepa usted amigo que está cantando con el mismísimo Lucifer! – Contestó el hombre convertido en diablo.
-  ¡Con Lucifer, o sea con el diablo! – Dijo Chucho con la voz entrecortada.
-  ¡Si!, ¡Y si no me derrotas cantando, tu alma será mía por toda la eternidad!

Fue un momento fugaz el que su mente utilizó; pero que a Chucho le pareció eterno para rebuscar en todo su repertorio de décimas la más apropiada para enfrentarse al demonio.  Recordó a su abuelo sentado al pie de un grueso árbol  campano improvisando sin descanso largas y hermosas décimas.  También recordó todas las ocasiones en que salió victorioso de sus piquerías con amigos; ahora necesitaba ganarle al ángel del mal.
- ¿Qué le pasa amigo?, ¿Por qué no canta? – La imperiosa voz del diablo lo hizo salir de sus recuerdos.
- ¡Estoy pensando en una buena décima!… ¡ahí va esta! ¡Escúchala con atención! – Animándose respondió Chucho a la vez que sacaba de la camisa un crucifijo que su abuelo le había regalado y que se apresuró a mostrárselo al diablo.
Al pie de esta santa cruz,
de vuelta divina estampa
gloria al padre y finitud
y por aquí tu no me cantaaaaaaa.

Muchas veces le había escuchado esta décima a su abuelo y nunca pensó que el habría de cantarla, mucho menos en esta condición; pero con emoción veía como el diablo airado le reclamaba por el verso mientras zapateaba contra el suelo.
- Si te canto por el uno,
por el dos y por el tres
en el cuatro acabaré,
pues; con esta te confundo…
traigo andado todo el mundo,
corriendo mi juventud
ningún cantor como tú
me canta por este estilo
por eso es que me persigno
al pie de esta santa cruz… - Seguía cantando Chucho. 

El diablo aún mas enojado botaba fuego por la boca y desesperadamente corría de un lugar a otro como buscando donde esconderse.  Esto alegró mucho a Chucho quien crucifijo en alto y con mucho valor comenzó a enfrentar al diablo el que sin compostura le huía y por instantes desaparecía.

- Si te canto por el seis,
por el siete y por el ocho
en el nueve me trasnocho
que lo contempla la ley…
yo fui vasallo de un rey,
torrentes no me quebrantan
no le tengo miedo a ley
por eso nadie me espanta,
te canto en la gloria amen,
y por aquí tú no me cantas…- Implacable le cantaba Chucho al diablo.

De un momento a otro el diablo se desapareció y Chucho sin dejar de cantar comenzó a recoger sus cosas con el firme propósito de alejarse de ese lugar; pero intempestivamente se vio rodeado de fuego y de un penetrante olor a azufre que parecía desfallecerlo.  Sintió un fuerte mareo a la vez que unas grandes y pesadas tenazas lo sujetaban de sus manos arrastrándolo a un profundo abismo.  Sin fuerzas; pero con una creciente fe en su crucifijo y sus décimas siguió cantando.
- Yo te canto por el diez,
por el once y por el doce
y en el número catorce,
comprendo al que sabe leer…
de abreviatura pondré
puntos sin comparación,
haber si alcanzo el perdón,
de quinto dominus nom;
pues voy a saca’ una cuenta
de una gran numeración.

El fuego como llegó desapareció…Chucho seguía sintiendo mareo; pero no las grandes tenazas.  El olor a azufre se disipaba aunque en su ropa aún impregnado estaba.  Tembloroso y sin dejar de mirar hacia donde estaba lucifer comienza a retirarse de allí cantando con las ultimas fuerzas que le quedaban.
- Haber si alcanzo hasta el don
de ese número sesenta,
si acaso llego al noventa
ya mi vida será santa…
ya mi corazón no aguanta
tantos golpes sin defensa…- Alcanzó a escucharle María su esposa; mientras Chucho caía desmayado en sus brazos.

FIN.


 EDGAR ALFONSO PEÑALOZA ROBLES.

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