miércoles, 26 de junio de 2013

HASTA LA TUMBA.

HASTA LA TUMBA.



“Por una calle de Tamalameque,
dicen que sale una Llorona Loca.
que baila por aquí, que baila por allá,
con un tabaco prendido en la boca”.

Así escribió y cantó el reconocido compositor Banqueño, José Benito Barros Palomino, (q.e.p.d.) a mediados de los años 40 lo que vio y escuchó en Tamalameque en su vida bohemia.  Si hoy, 12 de octubre del 2008 estuviese vivo y volviera a visitarlo cantaría así:

En un cementerio de Tamalameque,
Dicen que llora un hombre loco.
Que tiene casa aquí, que tiene casa allá,
Que ya la vida le importa poco.

La Llorona Loca, es una Leyenda tamalamequera por la que nos reconocen a nivel mundial.  El hombre loco de esta historia es una leyenda viviente.  Alejandro García Ospino “Perolòn”, un anciano de sesenta y nueve años que desde el 14 de diciembre del 2006 todos los días con religiosa insistencia visita la tumba de su amada esposa, María Antonia Mejía.

Sentado en una banca de la plaza central de Tamalameque, miro el desfile que organiza el Instituto Técnico Agropecuario –Colegio donde laboro-; dentro del marco de la celebración de la segunda feria expositiva del área de Ciencias Sociales. Los alumnos están esparcidos por la plaza y los docentes comenzamos a organizar los grados por bloques desde la entrada de la tesorería municipal hasta La Casa de la Cultura. Todo es algarabía de colegiales que esperan con ansias la llegada de La Banda Marcial de Pailitas, para empezar el desfile.  En una vieja monareta azul con canasta frontal, se desplaza Alejandro “Perolón” por entre los alumnos, pasa por la iglesia y se santigua.  Cruza la entrada del callejón que comunica al cementerio.  Mientras llega La Banda, decido escuchar la historia de este hombre, así que lo sigo hasta el cementerio.  Este es pequeño, con un portón de láminas y varillas de hierro.  Lo divide en dos un largo camellón embaldosado que conduce a una capilla ubicada en el centro.  Al fondo de la capilla, un atril de cemento sirve de Altar y detrás El Ángel del silencio exige respeto a los muertos.  A la derecha, al occidente escucho la voz de “Perolón” rezando a nombre de sus hijos, nietos, familiares y en el suyo propio.  Son las 7:30, de una mañana nublada con visos de lluvia.  No quiero interrumpir sus plegarias, por lo que miro en silencio.  La tumba está suavemente empañetada.  Sobre ella, el sombrero negro de cinta roja de “Perolón”, un pequeño crucifijo y un cuadro de José Gregorio Hernández.  Una silla de madera al lado derecho.  Tres frascos grandes, de esos donde viene la salsa de tomate están recostados a la tumba, llenos de agua.  Una enramada de láminas viejas de zinc, sostenidas por veinte horquetas de madera la cubren.  Siento un poco de temor, por la reacción que pueda tener “Perolón”, así que visito algunas tumbas cercanas, esperando el momento propicio para hablarle.  Termina de rezar.
- ¡Buenos días! – Con voz débil le digo, mientras me acerco.
- Ahorita le di los buenos días y usted no me oyó. –Responde.
- Discúlpeme por no escucharlo, estaba mirando aquella tumba. ¿Tiene algún familiar acá?
– Pregunto, simulando no saber nada.
- ¡Sí!, aquí está mi esposa “Toña”, la mujer que vivió a mi lado durante 56 hermosos años.

Con una admiración creciente escucho a este sexagenario hombre que no tiene nada de loco, y si lo está es una locura de amor sin precedentes en la historia de este Macondiano pueblo.  Se considera un Don Juan y como todo buen ribereño que se respete defiende que el pescado es el culpable de su fogosidad con las mujeres.  Es alegre, con mucho que contar, sobre todo chistes que narra con solvencia y buen humor.  Sabe lo que dice, no lo piensa, las palabras le brotan sin esfuerzo ni premeditación…no tengo otra alternativa que dejarlo hablar.
Me llamo Alejandro, pero me conocen más como “Perolón”, “Al ojo”, “Va jugando”, o “Puerquito”, estos apodos me los gané así: En Puerto Bocas, me dediqué a la pesca por mucho tiempo y yo mismo vendía lo que pescaba, lo hacía en un gran perol, por lo que Bertha Robles me apodo “Perolón”. Cuando vendía en Pailitas nunca cargué peso, y cuando me solicitaban una o más libras de pescado, metía la mano al perol, la sacaba llena de pescados y les decía: dos libras al ojo, y así me quedé.  Me encantaba toda clase de juego y en donde encontraba alguno con emoción expresaba, ¡va jugando!, y me sentaba a jugar.  En estos últimos años me he dedicado a la compra y venta de cerdos pequeños, recorro los pueblos en mi bicicleta gritando puerquitos, y como por acá no respetan a nadie la gente me dice “Puerquito” a mí.

Nací en Mompox, allá administré junto con mi primo un negocio de mi tío Marcial, era una caseta con una radiola de manivela con la que montábamos bailes boleteados en los barrios.  Organizábamos dos pistas de baile simultáneas, una con prostitutas que cargábamos para todos lados y otra con mujeres bailadoras del pueblo, allí me volví un putero empedernido y a tener relaciones sexuales con dos o tres mujeres el mismo día.  Los parejos compraban las boletas para bailar y escogían la pista de su conveniencia, y como buen mujeriego que se respete me bailé a cuanta mujer llegaba a la pista, eso sí enamorándolas a todas.  Las mujeres por cada disco que bailaban se ganaban una boleta que le daba su parejo, al día siguiente les pagamos cincuenta centavos por cada boleta que tuvieran.  También tenía una cámara fotográfica, con la que fotografié a mucha gente que pasó por este negocio y luego se las vendía.  Era un negocio redondo, pues entraba más de lo que salía.

En una de esas noches de baile conocí a Antonia, tenía catorce años, lucía una falda rosada con muchos pliegues, una blusa blanca de mangas arrepolladas y una roja flor de coral adornaba su largo pelo.  Sonaba la canción “El merenguito que me sé”, y me dije:- Alejo esta es la tuya.- Me le acerqué enseguida invitándola a bailar, bailamos toda la noche y desde ese día siempre ha estado conmigo y por siempre lo estará.  No fue fácil enamorarla, pues me decía que yo era muy mujeriego, eso me enamoró más de ella.  Fue la única mujer que me costó trabajo hacerla mía, pero lo logré.  No sé si por cosas de mi Dios o porque se enamoró de mí, pero a pesar de mi insistencia en enamorarla ella nunca dejó de ir a los bailes e incluso comenzó a trabajar en una tienda de mi tío Marcial, en donde la visitaba todos los días.  Aún no me había aceptado en forma oficial, pero cada vez que iba a donde mi tío Marcial pedía chicha y panes a nombre de ella, los que ella siempre pagaba y por eso la enamoré diciéndole que con dulces había comprado mi amor.  

Me fui desesperando, porque los días pasaban y no conseguía los besos de esta mujer arisca, que dejaba que la enamorara, pero de aquello nada.  Decidí darle celos con las putas del negocio, pero a ella no le importó, seguía aceptando mis frases de amor y pagando en la tienda las chichas y panes que me comía.  Una noche llegó a buscarme a mi casa, yo estaba acostado en una hamaca, se me acercó y me dijo:
- ¿Mi hermano que si le puedes prestar veinte pesos?
Mas antes ya le había prestado plata a su hermano y él me la pagaba, pero en esta oportunidad no tenía esa cantidad, así que me metí la mano al bolsillo y simulé que buscaba el dinero.
- ¿Para qué la necesita? – Le pregunté con la mano aún en el bolsillo.
- ¡No sé! – Respondió.
- ¡A que no eres capaz de sacarla tú misma del bolsillo! – La reté.
- ¡A que sí! – Con picardía respondió.
Se abalanzó sobre mí tratando de meterme la mano al bolsillo, la abracé, la besé, nos besamos, nos envolvimos en la hamaca y le dije al oído:
- Tú hermano que venga a buscar la plata mañana.
Al día siguiente, con insistencia su hermano tocaba la puerta de la casa mientras preguntaba.
- Alejo, ¿Antonia está aquí?
- ¡Sí!, aquí está. – Respondí.
- Está bien, pero cuídala porque si algo le pasa te la vas a entender con nosotros. – Y se marchó dejando en mis manos lo más preciado para mí…, mi “Toña”. 

En la vida hay dos cosas con las que un hombre se debe dar gusto, con la comida y con el pene.  Los días pasaron y a pesar de tener a “Toña” a mi lado, seguí mujereando y dándome gusto.  En algunas oportunidades le pedí que mientras ella hacía sonar la radiola de manivela en el negocio, me mandara al cuarto a una que otra mujer para hacerle el amor.  Creo que por su niñez y falta de experiencia me hizo caso, hasta que mi madre le abrió los ojos diciéndole que no fuera boba y que jamás volviera a permitir esa sinvergüencería.  Desde ahí comenzó en “Toña” un celo incontenible, me celaba hasta con la sombra.  Una noche cuando ya teníamos los dos primeros hijos, yo venía de un baile con una hembra que me conseguí, y como teníamos que pasar por donde vivíamos, íbamos pasando calladitos cuando oí que zumbaba algo en el aire: era un garrote que me tiró “Toña” de atrás de la cerca y enseguida me gritó: - ¡Perro, en mi cama no duermes! – esa noche dormí en casa de mi mamá.  Al día siguiente la convencí que no volvería a pasarle a ninguna otra mujer por sus narices, fue la mentira más grande que le eché, porque mis deseos de mujeres no se me han quitado aún.

Mi tío decidió vender el negocio al ver todas mis vagabunderías.  Me quedé sin trabajo y con tres bocas que alimentar.  Decidí viajar a Valledupar a buscar trabajo en la recolección de algodón o lo que saliera, y le dije a “Toña” que tan pronto consiguiera trabajo le mandaría los pasajes para que se fuera.  Llegué a Puerto Bocas aquí en Tamalameque.  Al llegar al puerto y bajarme para tomar el bus que me llevaría a Valledupar, me encontré con un hombre que después sería mi gran amigo, Matías.  Agarró mi bolso, pues era maletero, me preguntó para donde iba, le dije que a donde consiguiera trabajo.  Me recomendó con quien después fuera mi comadre, Gabriela Perales, ella tenía un hotel donde se hospedaban los viajeros que se quedaban de los únicos buses que salían.  Trabajé arriando agua del río para las piezas del hotel y en las mañanas ordeñaba las vacas que allí tenían.

Reuní cuarenta pesos y se los mandé a “Toña” para que se viniera y desde entonces somos hijos adoptivos de Puerto Bocas.  Tuvimos veinte hijos, doce están vivos, un par de mellos que murieron y seis abortos.  Todos criados a punta de pescado, la comida que no puede faltarme en ningún momento y la que no cambiaré por otra, porque me ha dado la vitalidad y virilidad que tengo, puedo demostrárselo a cualquier mujer, lástima que no tengo plata.  No se ría profe que es verdad, mire desde Puerto Berrío hasta Maicao fue mucha la mujer que tuve abajo.  

A “Toña” siempre le llevaron cuentos de mis andanzas, pero nunca me deje pillar porque antes de llegar a la casa me bañaba bien y lavaba el interior, cuando ya estaba bien seco y sin ninguna marca de nada entonces llegaba a la casa.  Cuando ella no estaba, metía en la casa a algunas mujeres del pueblo, hasta tuve unos hijos que no reconocí para que “Toña” no supiera.  La gente es mala e insistían en decirle lo que yo hacía, entonces decidí celarla yo a ella y no dejar que nadie entrara en mi casa ni que hablara con nadie, para evitar todos estos comentarios.  Me volví grosero con la gente y solitario e incluso llegué a sentarme en la puerta de la casa con una rula en la mano para que nadie entrara a hablar con ella.  Nunca le pegué a mi “Toña” y esto se lo juro ante Dios, porque las veces que ella me reclamaba algo de mujeres como yo sabía que era verdad, entonces en silencio le escuchaba sus calenturas y en mi mente me decía: ¡Esta noche en la cama me las pagas!. Así es profe, un hombre no debe pegarle a una mujer, por mucha grosería que ella le diga, quédese callado y cóbresela en la cama, mire si usted le recuesta la pierna y no se la quita está bien la vaina y si se le pone boca arriba ya se la gano.

Antonia se enfermó de una caída que se dio y se le dislocó un tobillo, la mandamos a sobar pero como le dolía mucho no fue más.  Comía muy poco y eso la fue debilitando.  Era complicado movilizarla al baño, a veces necesitábamos dos personas para hacerlo, pero en muchas ocasiones ella llegaba sola al baño, no sé cómo lo hacía y cuando la encontrábamos allá entonces era trabajoso traerla a la cama.  Comenzaron a darle desmayos y la llevábamos al hospital, en uno de esos desmayos no volvió más.  Ese día yo no estaba allí y no pudimos despedirnos, esa es una de las penas que me atormentan y me hace venir al cementerio en espera de que un día me hable.  Yo le hablo siempre, le cuento de las cosas que pasan en el pueblo, de lo que hago y todo lo que se me viene a la cabeza.

En esta tumba ya han venido a entrevistarme periodistas de Caracol, RCN, El Pilón, Vanguardia Liberal, dizque para hacer una novela, cuento o que se yo.  El padre Alirio también me visitó y me dijo que era mejor que me fuera para mi casa, porque la humedad y el frío de los muertos me pueden enfermar, pero hasta ahora no siento nada en mi cuerpo.  Con el paso de los días se me acrecienta aún más el deseo de estar al lado de Antonia, por eso me acuesto sobre la tumba y la beso en esta partecita que usted ve más negra, y todos los días le traigo algo de las cosas que más le gustaban, como mangos, papaya, piña, pescado y hasta algunos panes.  En mi casa también le tengo un altar con un Cristo más grande que este que tengo en su tumba, como cien cuadros de diferentes santos.  En el piso cuatro frascos, uno con agua vendita, otro con agua hervida y los otros solo agua para lo que “Toña” necesite.  Me gusta ponerme su ropa, porque me la recuerda y mantengo su olor el que no quiero que se me olvide.  En las noches que mis deseos sexuales se me despiertan me visto con sus batas y pareciera que estuviera conmigo, porque se me quita la calentura.

Le cuento profe y esto sólo se lo digo a usted: hace una semana, llegué como de costumbre y me acosté sobre la tumba, hice mis oraciones, recosté la frente en esta parte y le hablé, luego recosté el oído y escuché un quejido profundo que salía de la tumba, como si “Toña” quisiera decirme algo.  De ahí no he escuchado mas nada, ni tampoco nunca me ha salido, y eso que yo si quiero que me salga y me hable.  Creo que si me saliera y me hablara, me diría:
- ¡Me siento feliz!, porque por fin dejaste tus altanerías con mujeres, me respetas y respetas la casa.
  

FIN. Tamalameque. 2008.
Edgar Alfonso Peñaloza Robles.

1 comentario:

  1. eso se llama remordimiento de todo lo perverso que fué con doña antonia, una mujer muy querida por la comunidad boqueña y ahora quiere remediar todo......

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