miércoles, 20 de abril de 2011

NANDO “ABEJON”


NANDO "ABEJÓN"

El rejo no compone al niño, lo pone más sinvergüenza. Soy tamalamequero ciento por ciento, de mi pueblo me fui un día a vivir mi vida bohemia y aquí volví a recoger mis pasos. Mi nombre: Hernando Miranda Robles, nací en el año 1946 y soy el mayor de nueve hermanos. Desde niño me gustó la calle y el juego. Muchas veces me quedé hasta cinco días donde mi abuelita Gilma Rángel, en el barrio “La Mochila”, huyéndole al cuero que me propinaban mis padres, pues me mandaban a buscar la leche y donde encontraba juego ahí me quedaba jugando, sin importarme el mandado. Casi siempre mi padre me desnudaba por completo en el cuarto de mi casa, con el objeto de que me diera pena y no me fuera para la calle, pero cuando se descuidaban cogía una vieja banda de saco de fique, me la amarraba a la cintura y para la calle se dijo. Los castigos a mis pilatunas fueron repetitivos y característicos: mi madre, lo hacía tirándome al suelo y con su pie izquierdo en mi cuello me pegaba hasta que sangrara por alguna parte del cuerpo, pues nunca di un grito, solo veían mis lágrimas de niño impotente. Mi padre era mas practico, me amarraba las manos y me guindaba en un palo de tamarindo que teníamos en el patio de la casa, y allí cuero y mas cuero…todos los días, por el juego o por mi bendito apodo, el causante de la mayoría de mis jueteras, ya que gracias a él sin falta todos los días peleaba una, dos y hasta cinco veces al día, con el que se atrevía a recordármelo.
- ¡Tienes la voz como un abejón! – Me dijo la profesora Unice un día que me pasó a leer y escuchó mi gruesa voz. Pronunció en ese momento la frase sacerdotal “Yo te bautizo”; pues así quedé para siempre.

Mi madre influenció en mi ímpetu peleonero. Un día, recuerdo tenía como seis años, llegué llorando a mi casa porque un pelado mucho mas grande que yo me pegó, me cogió de la mano mientras en la otra sostenía el rejo de tres ramales con que siempre me pegaba y me llevó hasta donde estaba el muchacho.
- ¡Usted es un macho carajo!, ¡Tienes que pelear con él y si te dejas ganar…aquí está lo que te espera! – me dijo mostrándome el rejo. No tuve otra alternativa, pelie con todas mis fuerzas y de ahí en adelante mi madre nunca volvió a pegarme. Me volví peleonero empedernido, creo que pelie con todos los niños del barrio Palmira en esa época.

Doce años tenía cuando me fui de la casa por pura envidia, pues escuchaba a otras personas hablar de bellas ciudades y yo quería conocerlas. Salí para el colegio a estudiar, dejé los libros donde una señora llamada Doris y sin pasajes me fui hasta Palestina. Un trabajador del ferrocarril me dio comida y comencé a pajarear un cultivo de maíz del señor Miguel Gómez, pero como este señor venia todos los días a Meque le informó a mi padre que yo estaba con él, allá me fue a buscar mi padre y me trajo de vuelta al colegio.

Estuve en muchas peleas y nada me ha sucedido, creo que algo me protege, pero no se que es, tal vez sea la fe que les tengo a Dios y a la Virgen del Carmen. Mi fama se regó en todo el pueblo y siendo ya un joven salíamos a las casetas con un grupo de amigos del barrio: Elvis Robles Contreras, José “La Mula”, Adalberto Lobo Miranda, Agustín León Moreno “Barretón”, Abrahán Paredes, Cristian Robles, y Simón Robles; el único que se atrevía a enfrentarme. Éramos un grupo muy unido y peleábamos con todo el que se metiera con alguno de nosotros, derrotando a muchos.

En esa época se conformaron varios grupos de peleoneros: Los Boqueños, el grupo mas numeroso comandado por Hernán Chávez “Muela”, tenían a: Manuel Rángel , Manuel Ospino “Mañe la mona”, Teofilo Galván “Pana”, Antonio Robles “Zula”, Alexis Robles “El Tigre”, Jesús “Chucho” Vanegas, Alejandro García “Perolito”, Antonio “Toñito” Galván, Ciro Ospino “La Pigua”, Inés Galván, Faustino Rivera, Pedro Rivera, Apolinar Villarreal, Miguel Villarreal, Remigio Barrera.
El grupo de Los Villalba, quienes peleaban con llaves de lucha libre comandados por Enrique Rivera, quien les enseñó esta técnica tenían a: Eusebio Pisciotti, Enrique Villalba, Antonio “El Tombo” Villalba hermano de Enrique, Jorge Feria “Carola”. De este grupo Enrique Rivera tenia dos nacionalidades; pues nació en la Boca pero vivía en el Colorado, así era que peleaba en los dos bandos según con quien se encontrara, y Jorge Feria “Carola” cuando no encontraba con quien pelear se ponía a hablar solo para ver quien le decía algo y agarrarse con ese.
Los de flores de sabana, llamados “Los Miranditas”, comandados por Antonio Miranda, Anastasio, Obe y Orlando Miranda.
Los Antequereños comandados por Maximino “Minito” Mier.
Los del colorado comandados por Agapito Altamar, Virgilio, Eugenio, “Papaya”, hijo de Ortum Robles.

En cualquier baile, cantina o prostíbulo donde se encontrara un grupo con otro era pelea segura y para eso estábamos preparados todos. Los golpes mas efectivos en una pelea son en el estomago o la cabeza, si la pelea es abierta se debe tratar de golpear detrás de la oreja, la barba o el sentido, de inmediato queda uno privado.

Una vez me encontraba bebiendo en el Bar de Páez, actual iglesia Cuadrangular en Palmira, llegó “Mañe La Mona” con unos boqueños, el vacilaba con Miriam “La Catapila” y yo estaba con ella en ese momento.
- ¡Vamos a la pieza! – Le dijo “Mañe” a Miriam.
- ¡No ve que estoy con “Nando”! – Respondió asustada.
- ¡Ese Abejón palmireño me lo paso por los huevos! – No alcanzó a decir mas nada, pues me paré y le di una trompada en la nariz que lo hizo caer de culo al piso. Cuando se paró corrió y se montó en el techo sangrando por la nariz.
- ¡Volvemos a pelear! – Me dijo.
- ¡Cuando quieras y donde quieras! – Respondí mientras me iba a mi casa, pues los otros boqueños se estaban arremolinando.

Al sábado siguiente salí para una caseta de baile en el Machín, me acompañaba Argemiro Robles, hermano de José “La Mula”. Íbamos por la calle Santander frente de Eloy Mejía – actual casa de Mañe Robles- Y nos encontramos con “Mañe La Mona”, Ciro “Pigua”, Jorge Chávez y otro man que no recuerdo.
- ¡Ahora si! – Me dijo “Mañe la Mona”
- Yo estoy aquí pa’ las que sea, me los recibo a los cuatro pero déjenme fumar este cigarrillo que acabo de prender. – Respondí mientras me fumaba mi cigarrillo, pues una de las claves de toda pelea es estar tranquilo. Cuando llevaba el cigarrillo por la mitad se lo entregué a Argemiro y le di la espalda a la casa del señor Eloy. Me cayeron en gavilla, pero todo el que tropezaba con mis muñecas rodaba en la polvorienta calle. La seño Eufrasia “La niña Lacha” Mejía oyó la algarabía y salió a llamar a la policía, quienes vinieron y se los llevaron preso.
- ¡Con las manos no pudimos “Abejón”, pero ya sabemos como te vamos a enfrentar! – Dijo Ciro “Pigua”, mientras caminaba para la cárcel.
Esta pelea la recuerdo mucho, porque en plena pelea me salió un hombre negrito que me llamaba y me decía:
- ¡Vengase conmigo!... te haré el mas grande peleonero del mundo.
- ¿Para dónde? – Le pregunté mientras golpeaba a “Mañe La Mona”.
- Para Tamalamequito, cerca al banco Magdalena.
- ¡Yo no quiero ir para allá! – Respondí y el hombre desapareció.

Una vez trabajando en la Hacienda Mataredonda, administrada por Modesto Martínez. Arrancábamos gramalote en compañía de Fernando daza, Cristian Robles, Dionisio Beleño y Anuario, un peleador reconocido hasta de cuerear con un rejo a sus contrincantes pues tenía secretos para pelear.
- ¡Qué desayuno tan malo! – Dije, y al medio día por arte de magia ya Modesto sabía y me reclamaba por lo que había dicho. - ¡Gran hijueputa el que le vino a decir a usted esto! – Expresé alzando la voz para que todos oyeran.
El sábado que veníamos para Meque a descansar, caminábamos por un largo camino de herradura en la sabana. Anuario encabezaba la fila y yo era el último, de un momento a otro se salió del camino y se montó en un tacan en donde me esperó.
- ¡Viejo Nando venga acá!... sabe que yo fui el hijueputa que le dije a Modesto. – Decía mientras se me encaminaba. –
Me tiró una trompada que me la desquité, y mientras pasaba le pegué una en la boca. Miraba sangrar por la boca a Anuario, quien me miraba con ansias de matarme, en su mano derecha la afilante rula con que trabajaba. Busqué con afán la mía y la vi en medio de los dos, tirada en el camino.
- ¡Coge tu rula que nos vamos a matar! – Dijo con rabia Anuario. – Lo miré fijamente y con animo caminé hacia adelante en busca de mi rula, hasta agarrarla.
- ¡Ya la tengo!... hoy me muero o te mueres Anuario.-
- ¡Aquí no Nando! …esta noche en el bar de Páez, donde todo el mundo te vea morir como un perro. – Respondió dando vuelta y continuando el camino.

Llegué a mi casa sin decir ningún comentario de lo sucedido y me alisté bien temprano para cumplir con la cita de anuario. A eso de las siete de la noche iba llegando al puente de Palmira cuando me detuvo el señor Antonio Maldonado.
- ¡Hijo váyase para su casa!... Anuario dijo en el centro que hoy lo mataba y está escondido en una de esas matas con una mata ganado en las manos.
Le hice caso y me regresé a mi casa, gracias al señor Antonio estoy vivo.

Vea primo, le juro y puede preguntarle a los que me conocen, nunca me le arrugué a nadie por mucha fama que tuviera e hice respetar mi tierra con mis puños. Aquí vino un tipo de Guamal Magdalena, familia de Nacho Pedraza el guitarrista, diciendo que era el campeón de Guamal.
- ¡Yo no soy campeón de ninguna parte, pero yo te peleo a ti. – Le dije. – y no salió a pelear.

En la cantina de Antenor Moreno, estaba una vez bebiendo con Humbertico Peñaloza y un man se enloqueció y golpeaba el mostrador con pata y mano.
- ¡Aquiétese viejo man o lo aquieto yo! – Le grité. – Compa nada mas dije esto y se enfureció más ese tipo. Comenzó a nombrar cuanto santo había, mientras zapateaba y brincaba dando vueltas alrededor mío tirándome trompada por todos lados sin pegarme una sola. Lo agarré por las manos y con su camisa lo amarré, le quité el pantalón dejándolo desnudo en la sala de la cantina.

Al siguiente sábado estaba donde Páez con una moza que yo tenía ahí. Llegó Ernesto estrada “Tun Tun”, Humbertico Peñaloza, “Tico” Robles Mejía, hijo de Néstor Robles, Paulino Robles “Cano” (Q.E.P.D.) y uno de los Pantoja. Desde que entraron fue pateando las sillas y mesas.
- ¡Viejo “Cano” deje la vaina! – Le dije. – Este sacó una machetilla y golpeó el mostrador, mientras “Tico” se me botaba a pegarme. Una sola trompada le pegué en el ojo, cerrándosele de inmediato por la hinchazón. Se aquietaron y se fueron, a los cuatro días fueron a mi casa a pedirme disculpas y nos hicimos amigos.
- ¡No joda Nando!, tu no te le arrugas a nada. – Me dijo Humbertico.

En San Rafael de Chucurí tuve la oportunidad de ser boxeador profesional, lo que siempre desee, pero cuando mis padres lo supieron se opusieron. Fue en la época en que “Pambelé” era el campeón mundial. En plena fiesta de San Rafael, el ejército tenia a los dos mejores boxeadores del batallón allí.
- ¡Necesitamos dos pollos que boxeen! – Dijo un teniente.
- ¡Yo soy uno! – Le dije al teniente. – Me enfrentaron con un soldado más grande y acuerpado que yo. Desde que salió fue tirándome golpes que esquivaba con facilidad. Una sola trompada le di en la frente y al suelo fue a caer noqueado. El teniente que vio a pelea me ofreció llevarme a Cartagena. Le escribí a mis padres y hasta ahí llegaron mis ilusiones, porque aunque mayor de edad todavía le sigo haciendo caso a mis mayores.

No se que me tiene deparado mi Dios, pues he sufrido tres ataques de trombosis, la primera vez aquí en Meque. Tenía como diecinueve años, me dio fiebre, un terrible dolor de cabeza y se me hincharon las paletas. Me llevaron al hospital y me sacaron una masa de grasa de cada lado. La segunda vez fue en El Terraplén, una vereda de Puerto Wilches. Estaba pescando. Allá se me torció la boca y se me hinchó la cara. La tercera, pescando en Barrancabermeja, yo vivía en el barrio Boston. Me dio dolor de cabeza, me puse tembloroso, perdí el conocimiento y me llevaron casi muerto al hospital, en donde me pusieron suero uno tras otro. Me remitieron a Bucaramanga y tampoco me lograron mejorar. Del hospital llamaron a mis padres:
- Su hijo prácticamente no tiene vida, le vamos a rajar la cabeza para ver si se salva.
- ¡No! – Fue la respuesta de mi padre. – Me lo llevo para que muera así en mi casa. – Así lo hizo, me trajo a casa y preparó unas tomas pues el era botánico.
- ¡Si aguanta esta toma se salva! – Le dijo a mi madre. – y aquí estoy contándote esta historia.

Mi santa de devoción es la Virgen del Carmen a quien nombro en todo, hasta en mis peleas. Siempre me ha protegido. No me arrepiento de haber peleado tanto, porque me gané el respeto por donde quiera fui y sobre todo aquí en mi tamalameque querido, adonde estoy esperando la muerte, pues quiero que me entierren aquí junto con mis antepasados. Hoy en día soy amigo de todos aquellos a quien enfrenté en mi niñez y juventud.

EDGAR ALFONSO PEÑALOZA ROBLES
Tamalameque. Cesar. Colombia.

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